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LA EVOLUCIÓN DE LA TIENDA – 1800-1899

1800 – 1899
La era de la independencia

El siglo XIX representa la primera revolución en la historia de las tiendas minoristas y la experiencia del cliente. Con la llegada de los grandes almacenes, el consumidor minorista adquirió una sensación de independencia largamente deseada, convirtiéndose en el dueño de su propio viaje de compra y dándole libertad para deambular y explorar estos nuevos grandes espacios comerciales que verían cómo la experiencia del cliente se transformaba radicalmente para siempre.

¡Retrocedamos en el tiempo con nuestra playlist de los grandes almacenes del siglo XIX!

Los grandes almacenes: Símbolo de la nueva visión del comercio minorista

En respuesta directa al auge de las clases medias, en particular de las mujeres de clase media recientemente acomodadas, los grandes almacenes surgieron rápidamente en toda Europa y Estados Unidos a lo largo del siglo XIX. Los centros comerciales ya habían debutado a finales del siglo XVIII en toda Europa. Las Galeries de Bois de París, por ejemplo, se inspiraron en los zocos de Arabia, convirtiéndose rápidamente en la inspiración de los pasajes y galerías comerciales cubiertas que surgirían en todo el continente, y allanando el camino para la aparición de un nuevo formato de tienda: los grandes almacenes.

Harding, Howell & Co., considerados hoy el primer modelo de grandes almacenes, inauguraron los suyos en Londres en 1796. Dividida en diferentes áreas, la tienda se centraba en las necesidades y deseos de las mujeres a la moda. Otras de las primeras tiendas que más tarde establecerían un modelo de grandes almacenes fueron Fortnum and Mason y Debenhams.

En Estados Unidos, los sectores empresarial y económico estaban cambiando drásticamente, y las manufacturas y la industria superaban rápidamente a la agricultura como actividad dominante. Las fábricas industriales trajeron consigo nuevos puestos de trabajo y nuevos niveles de vida, y con los estadounidenses más prósperos llegaron gustos más amplios y selectos. Grandes almacenes como Macy’s, Bloomingdales, y Sears empezaron a surgir en ciudades importantes como Nueva York y Chicago, y pronto se convertirían en elementos fijos y muy influyentes de la vida estadounidense.

Muy en consonancia con el papel de la experiencia del cliente en la actualidad, estos grandes almacenes no se limitaban a vender artículos. Ofrecían demostraciones, charlas, y eventos de entretenimiento que atraían a los nuevos clientes adinerados que buscaban la mejor manera de emplear su renta disponible y su tiempo. Estos grandes establecimientos se convirtieron en puntos de referencia de ciudades en rápido crecimiento, dando a las zonas un sentido de identidad y orgullo, e invitando al consumidor a explorar sus maravillosas exposiciones, lo que supuso un cambio respecto a los oscuros emporios de techos bajos de antes.

Alimentados y moldeados por la Revolución Industrial, los grandes almacenes pronto transformarían radicalmente la experiencia del cliente al otorgarle un nivel de independencia nunca visto en el comercio minorista.

Dueños de su propio viaje de compra, una revolución para la experiencia del cliente

Los grandes almacenes no sólo introdujeron un formato totalmente nuevo en el comercio minorista, sino que también contribuyeron a convertir las compras en una actividad de ocio en la que el consumidor tenía ahora el control de su propio proceso de compra y de su experiencia de compra en general.

Los consumidores minoristas ya podían tocar los productos a la venta y disfrutar de precios normalizados. Ya no era necesario pedir a los tenderos que sacaran los productos de las estanterías tras los mostradores o de las trastiendas tras negociar el precio.

Las mujeres, en particular, se encontraron de repente libres para buscar y comprar con seguridad fuera de casa y de la compañía de los hombres. Con un creciente deseo de “autocreación” a través del consumo, las mujeres empezaban a forjarse su propio camino en las ciudades dominadas por los hombres con productos creados para ellas y dirigidos exclusivamente a ellas. Muchos de los primeros grandes almacenes fueron fundados por pañeros que comprendieron los gustos, deseos y poder adquisitivo de esta nueva generación de mujeres de clase media.

Además, este nuevo estilo de comprador se informaba ahora de los nuevos productos a través de promociones. Por aquel entonces empezaron a desarrollarse las primeras estrategias de marketing mediante ensayo y error, como la venta a distancia por catálogo y el arte de los descuentos estacionales. A la cabeza de los primeros conceptos de marketing estuvo Aristide Boucicaut y su “Bon Marché “ parisino (1852). A Boucicaut se le atribuye el mérito de haber introducido una serie de innovaciones comerciales, como los precios fijos con descuentos asociados en lugar del anterior sistema de regateo de precios, una sala de lectura para los maridos mientras sus mujeres hacían la compra, el primer catálogo de venta por correo y las ventas estacionales, incluida la “venta blanca”, diseñada para vender sábanas y ropa de cama en invierno, cuando las ventas eran lentas.

Nace la caja registradora

En cuanto a los avances tecnológicos del siglo XIX, destaca la invención de la primera caja registradora por el estadounidense James Ritty en 1883. Ritty era tabernero en Ohio y apodó al invento el “cajero incorruptible”. La máquina utilizaba grifos metálicos y una mecánica sencilla para registrar las ventas y contaba con una campana que sonaba cuando se completaba una venta.

El revolucionario invento de Ritty facilitó el proceso de pago de los clientes durante más de un siglo, ya que se adoptó rápidamente para las ventas al por menor. Antes de esto, muchas empresas tenían problemas para llevar su contabilidad y a menudo no sabían si tenían beneficios o pérdidas.

Regreso al futuro

No cabe duda de que el siglo XIX supuso un avance en la evolución de la tienda y revolucionó la experiencia del cliente en el punto de venta, allanando el camino para la forma en que vivimos las tiendas hoy en día. Entre las muchas formas en que esto ocurrió, esta época es conocida sobre todo por ser la era de la autonomía, que concedió al consumidor una libertad recién descubierta y desencadenó las primeras estrategias de marketing minorista y las innovaciones tecnológicas que verían al comercio minorista convertirse en un sector pionero en el uso de la tecnología.